Mi compromiso con el proceso venezolano comenzó desde 1999. Entonces, aún en la universidad, seguí los debates de la joven Constitución, y con idéntico entusiasmo celebré los convenios Cuba-Venezuela del año siguiente. En la coyuntura del golpe de abril de 2002, abortado por el protagonismo popular, peregriné con estudiantes amigos hasta la estatua de Bolívar emplazada en la Habana Vieja (http://www.havanatimes.org/?p=9319), ante la sorpresa de una policía entrenada para acompañar la movilización “orientada desde arriba” o reprimir las protestas de los opositores políticos. Y en una sesión científica en la Universidad de la Habana, destaqué la potencialidad de experimentar, por primera vez en la historia contemporánea de América, las virtudes de un “pluralismo rojo”, ante la victoria del oficialismo en las parlamentarias de 2005.
Lamentablemente hemos tenido poco tiempo (y cosas) para celebrar. En noviembre de 2007 expresé dudas y temores (http://www.kaosenlared.net/noticia/venezuela-mucho-mas-reforma) frente a la propuesta de reforma constitucional impulsada por el gobierno, que limitaba el protagonismo popular autónomo, acotaba las instancias de defensa y promoción de la participación y los derechos, y aumentaba la concentración de poder en el presidente. Alerté entonces sobre los cambios de la cultura política que privilegiaban la lealtad y la unanimidad, en detrimento de la deliberación y la construcción de consensos que debían caracterizar un “socialismo del siglo XXI” donde lo novedoso fuera más allá del calco y la retórica superficial. El 2/12/2007 la lucidez ciudadana (incluido el voto decisivo de las bases chavistas) derrotó en las urnas aquella estrategia…que se ha implementado, a pasitos, mediante decretos del ejecutivo siempre avalados por una complaciente Asamblea Nacional.
Un decenio después del esperanzador amanecer bolivariano, el autoritarismo, simple y rampante, se entroniza en el panorama político de Venezuela. Los argumentos de la “hostilidad imperialista” y el “terrorismo mediático” pierden su auténtico valor, ante el abuso que de ellos se hace para encubrir una vocación totalitaria. Se olvidan anteriores llamados a la necesidad de una oposición democrática (http://www.aporrea.org/actualidad/n4179.html) y se empobrece la cultura política socialista al promover, desde el aparato propagandístico estatal, la estrecha identificación de la Revolución con la persona e ideas del “máximo líder”. Se funda un partido (el PSUV) que privilegia las comisiones disciplinarias antes de los debates ideológicos, en cuyo seno aquellos que disienten son tildados de “traidores” y “escuálidos” y castigados con más furia que la oposición derechista.
Las consecuencias son visibles: la molestia y desconcierto de probados militantes y el encumbramiento de oportunistas que asienten mecánicamente cada ocurrencia del Presidente. Y tanto las políticas interiores como las relaciones exteriores son conducidas por un personal que demuestra, a todo nivel, una relación inversamente proporcional entre sus constantes demostraciones de lealtad a Chávez y su probada incapacidad para desarrollar políticas planificadas, sostenibles y profesionales.
El enemigo del gobierno no parece ser ya una derecha, social y moralmente derrotada tras sus intentonas de 2002 y 2003. El piso cívico común de la gente es la innovadora Constitución de 1999, lo que demuestra una victoria simbólica de la democracia participativa y la emergencia de nuevos actores. Los intentos gubernamentales de controlar los medios de comunicación e información rebasan las sanciones a las televisoras privadas, para extender sus tentáculos sobre los medios alternativos y locales (otrora cortejados para contrarrestar la prensa burguesa y amenazados hoy por la interferencia estatal) la TV por cable, y las redes sociales como el Twitter. Se persigue un monopolio de la voz capaz de consagrar la impunidad, la opacidad y la complacencia.
Aquellos activistas que se movilizaron (desde parroquias, sindicatos, movimientos estudiantiles y asociaciones defensoras de derechos) contra las políticas neoliberales de ADECOS y COPEIANOS, hoy ven coartado su derecho a la incidencia y protesta ciudadanas, bajo el argumento de “hacer el juego al enemigo y la subversión”, pretexto compartido, en el siglo pasado, por los regímenes socialistas de estado y las dictaduras de Seguridad Nacional. No parece haber sitio para la autonomía popular dentro de un “bolivarianismo burocrático”, que necesita siervos y no ciudadanos.
Pero sucede que estas líneas las escribe un cubano, y eso condiciona mi mirada. Tengo sentimientos encontrados ante la incidencia de mis compatriotas en la vida de la hermana nación. Encomio la labor de médicos que atienden a la población empobrecida y rechazo las campañas orquestadas en su contra. Porque la tesis de la cubanización fue una impostura de una derecha egoísta y derrotada, cuando se trataba de llevar salud y educación a los olvidados cerros caraqueños, las zonas apartadas y los indígenas. Hoy, sin demeritar la obra encomiable de los galenos criollos, la acusación adquiere visos de certeza cuando se conoce la presencia de asesores (agentes) isleños en el aparato de seguridad, las oficinas de credencialización y las redes de telecomunicaciones. Situación que debe ser denunciada.
Pero si militares y doctores podrían ser disculpados por la naturaleza de sus actos y formación (unos cumplen órdenes, otros salvan vidas, ninguno construye pensamiento social) me estremezco ante la actitud de algunos “filósofos”, “analistas” y “educadores”. Sus sesgadas (e irresponsables) plumas pintan con falsos colores la realidad cubana, por razones de autocensura o intereses de lucro, embaucando a los venezolanos sobre nuestras fracasadas políticas. Anteponiendo sus viejas frustraciones y las tentaciones de unas vacaciones bolivarianas (Hilton mediante) a la ética de revelar una verdad incómoda que resulta, en términos marxistas “siempre revolucionaria”. Y dejan una amarga impresión en muchísimos venezolanos progresistas, que sienten vulnerada su soberanía e hipotecado su futuro.
He debatido estos temas –hasta donde la pasión lo permite- con amigos caraqueños, maracuchos y zulianos. Siempre les digo que no me arrepiento de apoyar el proceso de 1999 (cuya Constitución, hoy subversiva, es valladar al caudillismo “rojo”) ni olvido que el desprestigio e insensibilidad social de la partidocracia de la IV República abrieron las puertas a la Revolución Bolivariana. Cambio cuya deriva autoritaria no estaba definida de antemano, y cuyos logros de politización, justicia y dignidad deben ser defendidos a toda costa, sin retrocesos neoliberales o populistas.
No se trata de apostar por una imprecisa tercera vía, que instituya un neoliberalismo social de magros rendimientos en materia de construcción de ciudadanía y derechos sociales universales. Se precisa defender la izquierda (y el proyecto socialista) como espacio de construcción democrática, plural y socializadora de derechos y valores de convivencia civilizados. La legitimidad y sostenibilidad de una alternativa verdaderamente emancipadora, capaz de frenar la lógica colonizadora estatal y mercantil sobre los espacios de participación ciudadana y poder popular tan duramente peleados, dependen de ello.
Armando Chaguaceda