No es un secreto que el Metro de Caracas está al borde del colapso y que sus usuarios pasan las de Caín para poder transportarse dentro de la ciudad. Tan cierto es, que en días pasados cambiaron a su presidente tras una serie de incidentes de fallas y de protestas.

Tampoco es un secreto que el descontento de quienes usan dicho medio de transporte ha venido en aumento y además cada vez se hace más visible. Quienes usamos el Metro vemos cómo ha operado un cambio en la gente que ahora “habla” en voz alta mientras trata de respirar en un vagón sin aire acondicionado y lleno de gente, o grita -acordándose de nuestros gobernantes- cuando le hacen bajar, de un tren con fallas, a un andén donde ya no cabe un alma.

El viernes pasó lo que tenía que pasar. Era previsible. De hecho no fue la primera protesta que se presenta en el subterráneo caraqueño. Un grupo de usuarios se negaron a abandonar el vagón donde viajaban, en la estación Propatria. Un acto de protesta. Unos ciudadanos -me los imagino hartos de tanta desidia e ineficiencia en un trasporte que usan a diario- ejercen el derecho a la protesta pacífica reclamando respeto a su dignidad como usuarios y ciudadanos.

La respuesta gubernamental, lejos de bajar el perfil al incidente -como lo han hecho anteriormente-, es proceder a la detención de los que protestaban y procesarlas judicialmente, tal y como lo ha hecho con 2.400 personas en los últimos años. Y para completar el cuadro, cuando las presentan –al día siguiente-  ante el Tribunal, la Fiscalía, que es la que supuestamente las acusa, no se presenta, originando una situación -muy común en Venezuela- que obliga a diferir la audiencia y mantiene a las personas detenidas. Que no me vengan a decir que aquí hay Estado de Derecho.

Lo cierto es que vemos, una vez más, cómo se vulneran los derechos ciudadanos, cómo se criminaliza la protesta pacífica y cómo se manejan los procesos judiciales. Nada nuevo bajo el sol.

Todo parece indicar el gobierno va a seguir usando -¿aumentando?- la amenaza, la represión y el terror para tratar de apaciguar y aislar las -cada vez más numerosas- protestas que se están dando en el país. Pero, aparentemente, la gente ha comenzado a perder el miedo -o sus necesidades son demasiado apremiantes- y está ejerciendo su derecho a la protesta. Incluso en el Metro de Caracas, un espacio cerrado, con cámaras y plagado de policías. (Mikel Las Heras, Conflicto.ve, 14.11.10)

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