¿Quién, por cierto, no se ha estremecido con el niño que dibuja una boa en un papel pero la gente mayor no lo entiende, confundiendo a la boa con un sombrero? En El Principito el lector aprende que hay que ser indulgentes con los mayores, y que domesticar es crear lazos.

Esta semana le hice una entrevista a René Bros para el blog hableconmigo.com y luego se la di a leer, cosa que no se debe hacer pero en este caso, por la cantidad de gente y lugares que me citó, lo hice para evitar eventuales errores. No le gustó que, de entrada, lo calificara de «extraño». René Bros ha militado en la entrega total a la causa de los indígenas de Venezuela durante 45 años.

Nació tan lejos como en Galgan, una localidad de Aveyron-Rodez en el Valle de La Garona, provincia de Toulouse, Francia. Tenía vocación cristiana y estaba metido en un seminario, pero un día leyó algo que cambió su vida. Salió del seminario al entender que la vida religiosa y la contemplativa se viven en el corazón de las masas. Sintió la necesidad de estar en el mundo, con los demás.

Viajó a Venezuela en 1965 y estableció lazos permanentes con los yekuana, los sanema-yonoama y también con los hoti. Durante estos 45 años, viviendo con los indígenas, trabajando con ellos, enseñándoles a leer y escribir para que pudieran dejar el legado de sus tradiciones, René Bros creó lazos. Los indígenas lo consideran un familiar.

Cuando se quedó solo en los noventa luego de que marcharan sus hermanos y hermanas fuera por problemas de salud o porque se pusieron demasiado viejos-, su familia yekuana quiso acompañarlo en su propia casa, pero él les dijo que no se preocuparan, que muy bien podría dormir solo. «Dentro del mundo indígena, la soledad no tiene sentido», dice.

La entrega total a un pueblo en condiciones de pobreza y colonialismo caracterizó a dos hombres que René Bros ha admirado desde que cayó en sus manos En el corazón de las masas, de René Voillaume.

Voillaume entró en la historia de la espiritualidad cristiana al fundar la congregación de los Hermanitos de Jesús; impulsó varias asociaciones y movimientos sacerdotales y de laicos a partir de los escritos e intuiciones de un ex militar y explorador que se hizo sacerdote: Carlos de Foucauld. Foucauld nació en 1858 y murió asesinado el 1º de diciembre de 1916.

A sus 43 años se había instalado en Beni-Abbés, en el corazón del Sahara argelino, donde se dio cuenta de que había un pueblo por evangelizar y un ministerio que realizar. De Foucauld vivió 16 años en tierras argelinas, y especialmente once entre los tuaregs, hasta que llegó su muerte «como acto supremo de entrega a imitación de su hermano mayor Jesús de Nazaret», según cuenta su biografía.

Bien; de esa misma pasta está hecho este caballero, René Bros.

EL DESIERTO Y LA SELVA
A René Bros, que nació tan lejos, le duele profundamente lo que sucede todos los días en el estado Bolívar. Ha visto demasiado pero incluso él teme hablar. Lo cierto es que no hay ley que valga en la cuenca del río Caura.

¡Ese lugar queda tan, tan lejos de la comisión de Ambiente de la Asamblea Nacional!

René Bros me nombró a Antoine de Saint-Exupéry, quien también amó el desierto del norte de África, como De Foucauld, y a su modo fue un buen cristiano que falleció defendiendo a los pueblos amenazados por el nazismo.
Algo de ellos hay en Bros, menudo y todavía arrastrando sus giros del francés. Me gusta la gente a la cual el atisbo de una utopía puede cambiarles la vida; gente capaz de estremecerse ante un libro y apostar su destino a la causa encerrada en sus páginas. Tiene razón, después de todo. No es una persona extraña. Es, nada más, extraordinario.
MIRANDO LA TRAGEDIA DESDE AFUERA
Una historia con rostro humano puede ser más reveladora que todo un recuento exhaustivo de estadísticas. Ya lo dijo el director de cine Paul Greengrass: «Creo que algunas veces, si observamos con claridad y decisión un hecho determinado, podemos descubrir en su configuración algo más que el hecho mismo: el ADN de nuestro tiempo».

En Venezuela, los niveles de criminalidad han alcanzado durante los últimos diez años cotas de guerra civil. Tras cada crimen queda el luto de los familiares, el proceso judicial −que en la mayoría de los casos no se resuelve en sentencia−, el miedo como forma cotidiana de vida.

La gente, hoy, amanece pendiente de los cuartos de final del Mundial de Fútbol y está muy bien que así sea, porque si no hubiera cosas como el Mundial, quién sabe hasta dónde llegarían los niveles de crispación y terror.
Una vez que termine el Mundial, la realidad volverá a cobrar fuerza. Será una fuerza que se disuelva en la anomia colectiva. Se necesita un buen cine, igual que se necesitan un buen periodismo y una buena literatura, que puedan retratar el color de estos tiempos para dejárselo ver al mundo, para que la gente sepa que aquí no estamos domesticados porque no hemos creado lazos.

Lo podemos hacer mejor que los extranjeros, quienes a fin de cuentas no tienen muy a la mano las causas últimas de todo esto. Hay un documental en Youtube titulado “Los guardianes de Chávez”, realizado por un grupo de periodistas españoles. Aborda lo que ellos llaman “la violencia criminal surgida en los márgenes del chavismo”. El grupo se llama Reporteros Cuatro y se hace una pregunta muy lógica desde su punto de vista: ¿para qué se arman los grupos chavistas si ya están en el Gobierno?

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