Por José Angel Rodriguez
Seis de la tarde en alguna autopista de Caracas. Un conductor atrapado en su carro, el tráfico, combinado con un pésimo día de trabajo y problemas en casa, hacen que su humor esté a punto de explotar. De pronto observa como otro carro se le quiere «adelantar» por un lado; con palabras que no se pueden reproducir aquí, decide evitar que le quiten su puesto en la cola, el otro conductor le acepta el reto enfrascándose ambos en una absurda lucha por unos centímetros no se sabe si de asfalto o de orgullo. El resultado es previsible: ambos vehículos chocan, ambos conductores se intercambian acusaciones e insultos. Sin embargo, algo trasforma una escena irrelevante en titular de última página: uno de ellos pensó que era una buena oportunidad para sacar a la luz su «ángel de la guarda» (así lo escuchó decir en una película) y decirle al otro «hasta la vista, baby» (así también lo escuchó decir en otra película).
Es probable que muchos de nosotros hayamos visto esa escena en alguna vía pública, donde alguien saca a relu- cir un arma de fuego para demostrar un «poder» que en realidad, aparte de traer consecuencias lamentables, es una muestra de insensatez humana. Igualmente conocemos de fiestas que terminan a balazos, de cárceles convertidas en arsenales, de carteles de señalización vial utilizados como dianas de tiro; o lo que ha causado una de las mayores alarmas en nuestra colectividad: de escuelas y colegios cuyos alumnos y profesores han sido amenazados con algún tipo de armamento.
Ante esa realidad, identificada por Verónica Zubillaga como de violencia armada en contextos no bélicos en un artículo publicado recientemente en esta misma columna del diario El Universal, se recibe como una buena noticia la creación de la Comisión Presidencial para el Control de Armas, Municiones y Desarme, con la misión titánica pero no imposible de generar una política pública efectiva para el control y desarme de la población. Frente a ese reto, una actividad esencial asumida por esta comisión es realizar una campaña formativa permanente que logre revertir los antivalores que incitan a la violencia, por valores éticos donde se comprenda que la paz es un proceso de construcción diaria con responsabilidades compartidas. Es importante que la colectividad asuma un rol protagónico en frenar la espiral armamentista, por ejemplo, entregando nuestra arma en caso de tenerla y/o no adquiriendo ninguna.
En esta tarea, las herramientas de la mediación pueden ser muy útiles. Por ejemplo, unos excelentes mensajeros del desarme que pueden persuadir con efectividad son las personas que en diversas situaciones hayan aceptado desarmarse, ya que su mensaje será percibido como el fruto de su experiencia y no como simples ideas románticas. Por supuesto que no es tarea fácil; la cultura de la violencia está sustentada sobre un aparato publicitario muy poderoso, pero de eso se trata el activismo por la paz, de apelar siempre a la constancia por muy grande que parezca el reto.
En pocas palabras, es imperativo lograr quitarle el arma al espíritu bélico que yace en nosotros.