Falleció Franklin Brito, allí donde no quería morir. Ante este fatal desenlace, uno se deja invadir por mil pensamientos de tipo contradictorio. En medio de la confusión de los hechos, ¿será posible guardar la cabeza más o menos fría para buscar algún norte en medio de nuestra obsesión política?.
La decisión de iniciar una huelga de hambre ilimitada es una iniciativa de gran severidad.
En sí, la huelga de hambre ilimitada no tiene por objetivo, como sí es el caso en una huelga limitada, protestar públicamente contra una supuesta injusticia. En la huelga de hambre ilimitada se contempla austeramente la muerte posible. Pues el dilema no tiene muchas vertientes: o se obtiene satisfacción, o se recibe la muerte.
Acto de presión dramática y acusación profética contra quienes se niegan supuestamente a escuchar el reclamo. Pero más que en cualquier otro tipo de acción no violenta, la reacción de la opinión pública condiciona el éxito o el fracaso de la huelga de hambre.
Ciertamente, esta determinación fuerte nos alcanza en lo más hondo. El hambre es una experiencia radical. El huelguista expone su cuerpo cada día más vulnerable como símbolo de impotencia. La fragilidad se vuelve arma decisiva, transgresión del orden social fundado sobre los intereses de los poderosos.
El huelguista significa también el hambre del mundo abandonado, y denuncia nuestra propia sed de tener, tener y comer hasta la saciedad. ¿Cómo no sentir compasión?.
Pero, ¿y si no hubiera proporción entre la supuesta injusticia y su dramática denuncia? ¿Si, en vez de ser admirable y profético grito, la muerte del huelguista fuera signo desesperado y desesperante? ¿Y qué pasa si la opinión pública no logra hacer suyos los objetivos del huelguista llegado a su temible término? ¿Qué pasa si, en vez de poder ser considerado como valiente en extremo, el huelguista aparece penosamente como víctima de su propia obstinación, admirable, tal vez, pero no convincente, y por eso, sordamente desaprobado?.
Hoy son demasiados los hilos sin atar; y por eso no tenemos respuestas. ¡Paz, y justicia definitiva en tu nueva vida, Franklin Brito! Que todos respetemos, sin dobleces, tu trayectoria muy personal.
Bruno Renaud
Sacerdote de Petare
Publicado en Aporrea