En mayo de 1784, cuando Francisco de Miranda supo que un juez sicofante (Sicofante, Sicofanta, Impostor, calumniador), servil al poder, lo había condenado a pedido del gobernador Gálvez por un delito que no cometió (mostrar las fortificaciones de La Habana a un general enemigo, cuando ese día Miranda no estaba en La Habana y el que sí lo hizo confesó su culpa), le escribió su corresponsal el Cuba (él había huido hacia los Estados Unidos) manifestándole su fe en que algún día se impondrían “la verdad y la razón y el triunfo de la justicia, pues muy rara vez deja la inocencia de subir al carro triunfal”.

El tiempo no le dio la razón. La sentencia no se revirtió sino muchísimos años después y más bien para que el gobierno español tratara de capturarlo porque se había convertido en el más peligroso propagandista de la independencia y la democracia latinoamericanas, dos ideas que horrorizaban al gobierno autocrático de España.

En ese tiempo, tal como ahora, con el poder judicial secuestrado por otro poder, especialmente por el ejecutivo, nada ni nadie podía subir, ni siquiera disfrazado, al carro triunfal. Doscientos veintiséis años después vemos en Venezuela algo parecido, cuando la sentencia de un juez sicofante condena a otro Pancho, Francisco “Pancho” Pérez, de El Carabobeño, a más de tres años de privación de libertad con inhabilitación política y laboral y una multa bestial. No sólo es una sentencia desproporcionada y absurda, sino absolutamente injusta.

Pancho Pérez escribió en su columna que el alcalde rojo rojito de Valencia practica el nepotismo (Nepotismo, preferencia de gobernantes o funcionarios públicos para dar empleos a sus familiares sin tomar en cuenta la competencia sino el parentesco y la lealtad o alianza), lo cual, por cierto, fue reconocido públicamente por el propio alcalde, y que hace negocios turbios. La primera parte de lo dicho por Pancho quedó públicamente demostrada, y la segunda es vox populi, aunque, por razones obvias no se puede probar del todo. Concediendo mucho se podría aceptar que como la segunda acusación no se pudo probar, podría dar pie a una amonestación y hasta a una discreta multa. Pero la sentencia es una aberración inaceptable, que se hace para amedrentar a quienes practican el periodismo libre y viene a probar otra vez que en Venezuela no hay Estado de Derecho.

Como no lo había en el Sur de los Estados Unidos cuando Harper Lee (nacida en Alabama, 28 de abril de 1926) escribió su famosa novela Matar un ruiseñor (en inglés: To Kill a Mockingbird), publicada en 1960 y llevada poco después al cine, en la que narra un juicio por presunta violación contra un ciudadano de origen africano, juicio en el que quedó demostrado que el acusado era inocente pero fue condenado a muerte para complacer a los poderosos del lugar, que es exactamente lo mismo que hizo el juez de Valencia para complacer al alcalde rojo rojito.

No queda otro camino que desear que pronto haya un cambio radical en Venezuela y sean apartados de sus cargos los alcaldes nepóticos y corruptos y los jueces sicofantes (y también corruptos) para que, por fin, pueda la inocencia subir al carro triunfal y, sobre todo, deje por fin el gobierno despótico del teniente coronel Chávez Frías de matar ruiseñores.

Eduardo Casanova
Publicado por conflictove.wordpress.com

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