A Aníbal Romero

Durante toda la convulsión política iniciada en el último trimestre de 2001, que tuvo un momento dramático en abril de 2002 y que aún no termina, Provea ha argumentado a favor del diálogo. Al respecto, un documento que sugerimos releer es el que publicamos en febrero: “Mitos que obstaculizan el diálogo y la profundización de la democracia” . Lo ahí señalado conserva hoy, a nuestro juicio, plena vigencia. En esa fecha invitamos a todo el país a “envainar la espada y a profundizar la democracia y la inclusión social”. Hoy queremos insistir en ello.

Estamos convencidos de que, en términos gruesos, en Venezuela las opciones son el diálogo o la guerra. La guerra, ese modo de resolver nuestras diferencias haciendo uso de la violencia con el objetivo de “imponer nuestra voluntad al enemigo” (Von Klausevitz), nos mostró en abril un pedacito de sus indeseables efectos. Todos (y no sólo uno de los bandos) perdimos con el golpe de estado y con su violencia previa y posterior. El gran reto de Venezuela hoy, superar la pobreza mediante el fortalecimiento de la institucionalidad y la participación democrática, sigue y seguirá postergado mientras nos mantengamos entrampados en esquemas que nos impiden reconocer al “otro” y comprender que no es posible de avanzar sin él.

Si algo hay que aprender con el golpe, es que aunque el diálogo no sea garantía de resolución de todos los conflictos, siempre permitirá administrarlos mejor y con menos saldos negativos que la g uerra. Aún en esas circunstancias en las que las diferencias son tan contundentes que no pueden ser resueltas mediante el diálogo, todavía éste es preferible como vía para administrarlas, acotarlas e intentar conjurar las formas violentas. No cabe ninguna duda de que es mucho mejor tener adversarios de por vida que enemigos dispuestos a quitarnos la vida.

El Ejecutivo aceptó la exigencia social de iniciar el diálogo. Se pueden tener diferencias con él sobre la metodología o los actores seleccionados, se puede tener desconfianza, pero hay ahí un logro para toda la sociedad y, particularmente, para la parte de ella que ha insistido en el diálogo. Jugar al éxito de ese diálogo, lo que no implica dejar de formular críticas, es hoy la única opción responsable para quien defienda una política democrática. Por creer profundamente en lo que decimos, no podemos menos que alarmarnos cuando leemos frases como ésta: “el diálogo es inútil (…) es una estupidez (…) una parte sustancial de nuestra sociedad ha decidido que la guerra civil, aunque horrenda e indeseable, es preferible a la esclavitud a que nos conduce la revolución chavista. No queremos guerra, pero si es necesario, la haremos (…) no resta espacio para el diálogo ni las rectificaciones hipócritas. Es tarde para eso” (El Nacional, 08.05.02, A-9). El autor de la frase es el analista Aníbal Romero, quien agrega que “se está conformando el escenario para una intervención militar masiva y cruenta, destinada a extirpar una amenaza que empieza a ser percibida como apremiante y crítica, y de cuya eliminación depende la supervivencia misma de la institución armada nacional” (idem).

De la fuerza social y política que pueda construirse para impulsar la democracia y la justicia social, depende que posiciones como las de Romero (que cuenta lamentablemente con base social) no se impongan. Esas fuerzas democráticas, así como las autoritarias, están presentes tanto en sectores que adversan al gobierno como en sectores que lo defienden. Si las fuerzas democráticas fracasan, las palabras “extirpar” y “eliminación”, que forman parte del arsenal del fanatismo, comenzarán a sernos cada vez más comunes.

Antonio J. González Plessmann
Coordinador de Investigación Provea

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