Hablar de educación en derechos humanos en el contexto escolar nos lleva a hacernos, por lo menos, dos preguntas. La primera pretende indagar acerca de las características actuales de dicho contexto. La segunda, tiene que ver con los fines de la educación.

La primera pregunta nos remite a la situación del derecho a la educación en el país. El Informe Anual de Provea, que desde hace diez años hace el seguimiento a la situación de este derecho (entre otros) nos puede dar algunas pistas. La universalidad, generalización, gratuidad y no discriminación, principios rectores de este derecho han venido siendo vulnerados sistemáticamente y lejos de observarse la conquista progresiva del derecho, lo que se ha constatado es la regresión sistemática.

Los docentes no podemos desconocer este contexto, y mucho menos ser insensibles al mismo. Debemos conocerlo para intentar transformarlo, aún cuando -es importante reconocerlo- la responsabilidad no es sólo de ellos, sinó de muchos otros actores sociales, de los cuales el Estado debe jugar el rol de garante del derecho.

La segunda pregunta nos lleva a una reflexión valórica. ¿Educación basada sobre qué valores? ¿Sobre los valores necesarios para entrar en la competitividad del mercado o valores para profundizar la democracia? De acuerdo con Susana Sacavino podemos decir, que Mercado y Democracia están asentados y estructurados a partir de un esquema de valores que vehiculan y promueven. Así tenemos que el mercado se asienta en los siguientes ejes:

El tener, íntimamente vinculado con el consumo.

El lucro, la ganancia, la rentabilidad a toda costa, aún cuando la consecuencia sea la brutal depredación del ambiente

La productividad centrada en la eficiencia, que significa tener una gran versatilidad para enfrentar diversas áreas de trabajo a fin de no pasar a ser un desempleado más.

La competitividad, que implica preparación para permanecer en el mercado, y quien no lo logra para a ser estigmatizado como «no exitoso».

Agresividad, sin la cual es imposible la permanencia y afirmación en el mercado.

Individualismo, pues el otro se presenta como un adversario, competidor o enemigo a quien tengo que sacar fuera del camino. La fuerza del presente y el sentido de lo provisorio se configura como otro valor.

Sentido de lo desechable: como el centro es el consumo y lo que puede comprarse, todo se convierte en valor de uso, y cuando ya no sirve se descarta, sean objetos o personas humanas. Se crean individuos «coleccionadores de sensaciones» (citando a J. Freire Costa).

Desde el punto de vista social y de una educación en derechos humanos se torna muy difícil pensar la sociedad en sentido amplio con esta visión. Por el contrario, el norte para una democracia real deberá articularse sobre los siguientes ejes:

La vida como centro: que significa defender, estimular, respetar, amar la vida de la tierra y de todo lo que contienen vida en ella.

Solidaridad con el género humano: con el prójimo y con el que está más lejos, con los que vienen detrás. Todos los seres humanos tienen derecho al futuro.

Participación: frente a una lógica de opuestos y excluyentes, se pretende desarrollar una lógica inclusiva, que integre, donde todos tengan derecho y lugar para subir al escenario público nacional e internacional.

Tolerancia: que implica no sólo aceptación, sino celebración de lo diferente y lo diverso.

Capacidad para la ternura y la fiesta, reconociendo los signos de vida presentes en lo cotidiano. Racionalidad solidaria, para dejar emerger una nueva racionalidad capaz de articular el rigor intelectual con la pasión, la misericordia y la búsqueda de condiciones de vida más humanas para todos. Cultura/Culturas, como matriz profunda de lo humano.

Memoria, para retomar el sentido positivo de la tradición como factor de liberación y apertura al futuro.

Coraje civil, para ser capaces de embarcarnos tras de utopías movilizando nuestras mejores energ ías. Por supuesto, la educación en derechos humanos se enmarca en este último paradigma. Un paradigma crítico, humanista, emergente, liberador, que son algunos de los adjetivos con que se lo puede calificar.

Si éstos son los valores que queremos propiciar, ¿cuáles serán las herramientas para lograrlo? Muchas e infinitas. Los docentes no las desconocemos. Tal vez nos cueste aplicarlas porque todo atenta contra las mismas: los espacios de nuestras escuelas no son los apropiados, nosotra/os misma/os fuimos formada/os en modelos autoritarios, los hogares de los cuales provienen nuestros niños y niñas sufren carencias básicas, la televisión atenta contra los valores que buscamos, nuestros sueldos nos obligan a trabajar en dos y tres lugares diferentes. Todo ello es cierto, pero la educación en derechos humanos -y toda educación en última instancia- se propone desafíos: de lo contrario hablamos de otra cosa, pero no de educación.

Y si de desafíos se trata, el primero y fundamental es cuestionarnos a nosotra/os misma/os e indagar hasta dónde creemos en los valores democráticos, porque la educación en derechos humanos requiere de personas aptas para la vida en democracia, es decir, dispuestas a aceptar la crítica, el disenso, capaces de abrirse a nuevas perspecti vas, dispuestas a cuestionar, a inventar para no seguir errando, como alertaba don Simón Rodríguez.

La educación en derechos humanos no es compatible con la enseñanza tradicional, memorística, formal, centrada en el docente, magistralmente descrita por Paulo Freire como educación bancaria. No importa si nuestros alumnos no recitan de memoria los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, u olvidan la fecha exacta de cuándo se abolió la esclavitud en Venezuela. Lo importante sería -por ejemplo- que cuando se encuentren con alguien «distinto» (ya sea por su nacionalidad, color de piel, grado de salud, género, clase social, religión, o cualquier otro factor), en lugar de etiquetarlo o discriminarlo, lo perciban como diferente, pero reconozcan su igualdad de derechos, por hacer alusión al artículo 2 de dicha Declaración. La educación en derechos humanos debe favorecer la creación de vivencias cotidianas, no puede ser objeto de sólo una materia, o una clase semanal, o una hora al mes. El docente que quiera hacer educación en derechos humanos debe comenzar por propiciar la creación de un clima realmente democrático en el aula, donde aceptando la diversidad de roles (padres, alumna/os, docentes, directivos, personas de la comunidad) haya un mismo respeto por la persona humana.

Las técnicas son muchas: desde el sentarse en rueda hasta las asambleas de aula, de escuela, de comunidad. Desde la pintura como forma de expresión hasta la obra de teatro de creación colectiva. Desde el análisis de la publicidad y la propaganda hasta la participación en campañas de solidaridad, denuncia o reivindicación de derechos en el barrio o en la comunidad. Desde la formulación de problemas matemáticos con contenidos que reflejen la cotidianeidad de la/os alumna/os hasta la lectura y composición de cuentos y poemas, siempre será posible encontrar un motivo para la reflexión sobre los derechos humanos. Porque los derechos humanos tienen que ver con la vida misma, con el pasado, con el hoy, con el mañana.

El docente no deberá olvidar nunca que el centro deben ser la/os alumna/os, su vivencia, su historia. La educación en derechos humanos exige un docente curioso, que indague en la vida de quienes lo rodean, que sepa ver el mundo como lo ven la/os niña/os, los adolescentes, la/os jóvenes, para que desde esa visión, -porque sólo desde allí es posible- y juntos, busquen la transformación de esa realidad.

María Isabel Bertone
Coordinadora del Área de Educación de Provea

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