La mañana de este viernes desperté con una alarmante noticia: el colegio La Salle La Colina, institución donde me formé en educación básica y bachillerato, había caído víctima de la campante inseguridad que amenaza a Venezuela. Horas más tarde me enteré de un suceso parecido en mi primera Alma Mater, la Universidad Simón Bolívar. En mi otro centro de enseñanza, la UCV, la cosa es peor: a principio de semana quemaron las oficinas del rectorado, robaron un carro en la Escuela de Comunicación Social y asaltaron a dos estudiantes dentro del campus a punta de pistola. ¿Qué habría pasado si mi niñez, en vez de estar signada por la inigualable libertad de cientos de metros de verdor, estuviera confinada al pequeño cuarto de la casa de mi madre por el miedo a ser atracado? Esa es el dilema de miles de representantes en la Caracas de 2010. ¿Cuantas enseñanzas se pierde un pequeño, un joven, por culpa de la “sensación” que palpita en el cerebro de los venezolanos? No puedo responder esa pregunta por todos, así que voy a usar mi propia experiencia para recrear la gravedad del asunto.

Mucho más que Física y Química se aprende en las aulas de clase. Foto: Colegio La Salle La Colina

Nunca me hubiese colgado una medalla deportiva encima, porque mi madre no hubiese autorizado que me quedara en el colegio para prácticas. Tampoco habría descubierto la fascinante colección de libros de la II Guerra Mundial ocultas en los archivos de la biblioteca lasallista. Jamás hubiese bajado una guayaba de las matas que estaban detrás de los campos de fútbol, ni hubiese encestado la canasta para ganarle un partido a la “roji-amarilla”. Nada de juntarme con los “vagonetas” (como los llamaba mi madre) para fundar el grupo de teatro que representó a La Salle por 18 años consecutivos, menos aún prender la Cruz del Ávila con la Coral, o reirme de los Hermanos con el timbre falso que instaló la promoción del año 95 para “controlar el tiempo”.

Mi primer beso, en vez de en los bancos frente a lo que hoy es la dirección, hubiese sido en el concreto armado de Parque Central. No habría aprendido a andar en patines -en realidad nunca aprendí, pero mi novia del bachillerato era una excepcional patinadora-. Mi primer trabajo no hubiese sido en las aulas de computación del colegio, sino tal vez en un Mc Donald´s.

En la USB, habría cambiado el pasar los días en sus inmensos jardines, simplemente mirando hacia arriba, por las cuatro paredes donde dormía en el centro de la ciudad. Henry David Thoreau, La cuadratura del círculo, el Cid o Dostoievski serían autores y libros que no estarían en mi memoria. No hubiese tenido un hotmail cunado todavía no había sido comprada por Microsoft,  ni hubiese experimentado esa emoción de conectarse “al internet” desde las oficinas del último piso de la Biblioteca Central. Mis habilidades para jugar truco serían nulas y no hubiese conocido ese vicio que llaman Magic: The Gathering. Mis amigos habrían sido otros, porque todos los que se la pasaban conmigo salían tarde de clases. Reactores Químicos o Instrumentación habrían sido materias que no habría cursado a las 7 de la noche, porque estaría aterrado al salir de allí.

Nunca habría conocido los chupi-light de la UCV, porque apenas saliera de clase me hubiese ido a casa. Ninguno de esos viajes a trasbordo, solo para reunirme con los panas, estaría en el kilometraje de mis piernas, menos aún el quedarme en el campus “sólo por estar ahi”. Ninguna cena del comedor habría pasado por mi estómago, tampoco el susto -que todavía debe continuar- de ver los pasillos oscuros al salir de las pocas clases que tomé de noche.

Escuela, colegio o universidad, cualquier centro de enseñanza es un lugar donde se aprende más que teoría, se aprende a vivir. Si estos lugares viven asediados por la delincuencia, se le está cortando una serie de experiencias a toda una generación, todas ellas necesarias para sacar el país adelante. Es allí donde radica la peligrosidad de esta ola de inseguridad en las aulas, en que minimiza la experiencia extra-académica e impide a muchos vivir aquellas cosas que moldean personalidades, que crean ciudadanos.

Por Arnaldo Espinoza
Publicado en www.codigovenezuela.com

Una respuesta

  • […] Venezuela: Cuando la delincuencia llega a las aulas Publicado el Marzo 23, 2010 por carbas La mañana de este viernes desperté con una alarmante noticia: el colegio La Salle La Colina, institución donde me formé en educación básica y bachillerato, había caído víctima de la campante inseguridad que amenaza a Venezuela. Horas más tarde me enteré de un suceso parecido en mi primera Alma Mater, la Universidad Simón Bolívar. En mi otro centro de enseñanza, la UCV, la cosa es peor: a principio de semana quemaron las oficinas del rectorado, robaron un carro en la Escuela de Comunicación Social y asaltaron a dos estudiantes dentro del campus a punta de pistola. ¿Qué habría pasado si mi niñez, en vez de estar signada por la inigualable libertad de cientos de metros de verdor, estuviera confinada al pequeño cuarto de la casa de mi madre por el miedo a ser atracado? Esa es el dilema de miles de representantes en la Caracas de 2010. ¿Cuantas enseñanzas se pierde un pequeño, un joven, por culpa de la “sensación” que palpita en el cerebro de los venezolanos? No puedo responder esa pregunta por todos, así que voy a usar mi propia experiencia para recrear la gravedad del asunto. Mucho más que Física y Química se aprende en las aulas de clase. Foto: Colegio La Salle La Colina. VER MÁS… […]

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