Quiero, por ejemplo, que escuchen a la señora Isabel, de Maracaibo, me dijo que en las colas hacen sorteos con las cédulas, y el martes pasado salió la suya entre las 20 primeras. “pude comprar jabón y toallas sanitarias. Hasta eso es cuestión de suerte. Si no sale uno en las primeras no encuentra casi nada”. O sea, que la sobrevivencia es una lotería en este país.
Quiero que escuchen a la señora Anita, de Maracaibo también, cuando me cuenta que está dejando medio sueldo en los taxis para llevar a su hijo con necesidades especiales a su terapia y al colegio, pues se ha quedado sin cauchos, y su hijo no puede andar en autobús.
Quiero que escuchen a la señora Yraudis, de San Félix. “No consigo papel ni siquiera con sobreprecio. Tengo que trabajar y no puedo pasar el día haciendo cola. ¡La última vez que compré toallas sanitarias el paquetico me costó 560! La cosa está muy complicada”, me dice.
Quiero que escuche a Rodni, de los Valles del Tuy. “En el liceo público donde estudia mi hijo hace tres años había 10 secciones en primero de bachillerato. Él está en tercero y solo hay 3. ¿Qué se hicieron todos esos muchachos?”, se pregunta.
Me interesa que escuchen lo que me dijo un profesor de matemáticas del Liceo Luis Urdaneta, del municipio San Francisco (estado Zulia): “Cerraron 16 secciones este año por falta de alumnos. Los muchachos no quieren estudiar. ¿Para qué si un profesional no puede vivir decentemente?”. Patético, ¿no?
Es urgente que escuchen a la Dra. Francis, oncóloga pediatra de Caracas. “Me deprimo cada semana. No hay insumos para los niños con cáncer. ¿Qué estamos haciendo?”. ¿Cuántos se habrán muerto por falta de medicinas?, le pregunto yo.
Sería bueno que escucharan lo que me dijo Rafael, educador, desde Charallave: “me gustaba dar clases, pero imposible sostener a mi familia con el salario de un maestro. Renuncié. Me dediqué a otra cosa”.
Sería que escucharan lo que me contó ayer la señora Josefina, de Ciudad Guayana. “No sé qué hacer. Hay que echarle gas a la nevera y eso nos sale a 6.000 Bs. Si lo arreglamos no queda para el mercado, y si no lo hacemos tenemos que comprar vegetales un poquito cada día y se gasta más”. Y deja caer un silencio pesado. Eso también se escucha con fuerza.
Confieso que escuchar estas conversaciones hace que el corazón se me arrugue, aunque también se infla cuando oigo que hay maestras que, a pesar de los atracos siguen yendo a la escuela, siguen trabajando, o cuando sé que los padres siguen ingeniándoselas para dar de comer a los hijos.
En fin, señores del gobierno que escuchan conversaciones de otros, estoy dispuesta, si tienen mucho trabajo, a grabar mis llamadas yo misma. No sé si eso me convierte en “patriota cooperante”, pero les digo: ¡Póngase las pilas! Porque el país parece que hace tiempo que está vendido -hay que pagar los sukhoi y otras deudas- y el programa de ajuste se está aplicando hace rato y ustedes como que no se han dado cuenta.