AMÉRICA LATINA
Por Daniela Estrada*
SANTIAGO, 28 oct (IPS) – De prisioneros a gobernantes han recurrido desde el año pasado a huelgas de hambre para defender sus posiciones y demandas en América Latina. Detrás del uso cada vez más intenso de la radical protesta, está para los expertos la falta de respuestas institucionales.
Ya no es sólo un recurso extremo usado preferentemente por personas encarceladas. En el último año, obreros, campesinos, indígenas, pobladores, empresarios, estudiantes, religiosos, legisladores, jueces, periodistas y profesores han dejado de ingerir alimentos voluntariamente en países de la región gobernados por diversos colores políticos.
En Bolivia, el propio presidente, el indígena aymara Evo Morales, recurrió al ayuno en abril de 2009, para presionar la aprobación de una ley. El rechazo a otra norma legal llevó a una treintena de periodistas a ponerse en huelga de hambre este mes durante 14 días, en la oriental ciudad boliviana de Santa Cruz.
En Costa Rica, un grupo de ambientalistas mantiene desde el día 8 un ayuno frente a la sede de la Presidencia, en protesta contra un decreto de conveniencia nacional que permite la explotación a cielo abierto de la mina de oro Crucitas, en el norte del país.
«En 10 años nunca recibimos una respuesta del Estado», dijo a IPS Cristian Flores, portavoz de 11 residentes de la localidad de Caimanes, en la norteña región chilena de Coquimbo, como explicación de la huelga de hambre que el grupo inició el 27 de septiembre, para exigir la erradicación de un depósito cercano de relave de mineral.
En este mismo país, gobernado desde marzo por el derechista presidente Sebastián Piñera, terminó a comienzos de este mes otra mediática huelga, de más de 80 días, protagonizada por una treintena de prisioneros mapuches en demanda de juicios justos.
Aunque no es un fenómeno nuevo, las huelgas de hambre son «síntomas de algo más grave: de que hay sectores de la población de América Latina que están invisibilizados, que hay ciertos sujetos que no están siendo escuchados», dijo a IPS José Santos, del Instituto de Estudios Avanzados de la pública Universidad de Santiago de Chile.
El 23 de julio, casi una veintena de integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas, la mitad mujeres, levantaron un ayuno de entre 90 y 34 días, parte de una larga lucha por recuperar su empleo tras el cierre de una empresa estatal en la capital del país.
La protesta culminó cuando el conservador presidente Felipe Calderón aceptó crear de inmediato una mesa de diálogo de alto nivel para atender las demandas de los ex trabajadores de Luz y Fuerza del Centro, ante el grave deterioro de algunos de los huelguistas.
El filósofo y académico Santos descartó que estas medidas de presión pacíficas se hayan tornado «una moda», aunque planteó diferencias entre huelgas de hambre indefinidas y ayunos por tiempos acotados para apoyar una determinada causa.
Para el co-director del no gubernamental Observatorio Ciudadano de Chile, José Aylwin, las huelgas de hambre en este país austral se explican por las «serias limitaciones» que tiene el Estado para garantizar el «ejercicio de los derechos políticos» de la población.
En particular, la vigencia del «sistema electoral binominal que excluye de las decisiones legislativas no sólo a los pueblos indígenas sino también a diversas corrientes de opinión y de pensamiento», además del «controlado acceso a los medios de comunicación», planteó a IPS.
Cuba y Venezuela cargan con fallecidos por ayunos.
En Venezuela «la huelga de hambre dejó de ser un recurso de los presos y la han utilizado obreros del petróleo y otras industrias en manos del Estado, así como otros sectores sociales», dijo a IPS Marino Alvarado, coordinador del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea).
En julio de 2009 el alcalde metropolitano de Caracas, el opositor Antonio Ledezma, permaneció 130 horas en ayuno en reclamo por el despojo de competencias a su institución que hizo el poder central. Y, en octubre, fue el turno de estudiantes que protestaban contra el gobierno del socialista Hugo Chávez.
El religioso jesuita José María Korta, de 81 años, usó el mismo recurso entre el 18 y 25 de este mes para presionar por la excarcelación de tres indígenas yukpa y el respeto a los derechos a la justicia y a la tierra de los pueblos originarios de Venezuela.
Hasta ahora el único venezolano fallecido por esta causa fue el productor agropecuario Franklin Brito, de 49 años, quien murió el 30 de agosto tras pasar más de ocho meses sin ingerir alimentos en reclamo de sus conculcados derechos en una finca de su propiedad en el suroriental estado de Bolívar, tras años de ayunos previos.
«Las protestas no sólo se han incrementado en número, sino en calidad, se han ido radicalizando y coordinando, y la gente cada vez desafía más al Estado» venezolano, sostuvo Alvarado.
En Cuba, esta forma de protesta se circunscribe a la disidencia del gobierno de Raúl Castro, que actúa sin reconocimiento legal y sus representantes son calificados de «mercenarios» al servicio de la política hostil de Estados Unidos. Según el proyecto independiente Archivo Cuba, desde 1959 a la fecha han fallecido 12 presos por ayunos.
Los huelguistas piden mejores condiciones carcelarias, que se les reconozca como presos políticos y que sean puestos en libertad. Orlando Zapata, de 42 años, falleció en la prisión el 23 de febrero tras más de 80 días de ayuno.
«El gobierno deliberadamente dejó morir a Zapata. Era una muerte anunciada», afirmó a IPS Elizardo Sánchez, cabeza de la ilegal Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. El gobierno rechazó cualquier responsabilidad.
El opositor Guillermo Fariñas es conocido internacionalmente por sus reiterados ayunos. El 24 de febrero, tras la muerte de Zapata, inició una huelga en su hogar en la central ciudad de Santa Clara por la liberación de 26 presos enfermos, finalizada el 8 de julio tras el inicio de un proceso de excarcelaciones.
Los ayunos son «un recurso legítimo ante situaciones límites al que recurren las minorías de tipo racial, de género u otro tipo», comentó Sánchez, para quien «seguirá habiendo huelgas de hambre en tanto la gente carezca de otros recursos para defender sus derechos».
«La huelga de hambre, expresión de desespero y protesta cívica en la que se arriesga la salud y la vida, es una señal de que se tranca el juego entre gobernantes y gobernados, de que las peticiones de la gente no consiguen solución y frecuentemente ni siquiera respuestas institucionales», resumió Alvarado. «Es un síntoma pernicioso y peligroso para la sociedad», concluyó.
*Con aportes de Humberto Márquez (Caracas) y Patricia Grogg (La Habana). (FIN/2010