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En la avenida Francisco Javier Yánez, de San Bernardino, hay una casa que emite voces. Son sonidos que parecieran llegar desde un abismo. Pronunciados a coro por mujeres. Algunos largos y agudos. Otros graves y secos. Surgen desde el alma de 52 pacientes custodiables, quienes, debido a sus respectivos trastornos, dependen de supervisión para vivir y medicación dados por personal especializado como el que ofrece la clínica Cayaurima.

El centro de atención, uno de los nueve de su tipo que a escala nacional reciben subsidio del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, es el único que atiende exclusivamente mujeres. Ahí, en sus habitaciones ventiladas, espaciosas y blancas, viven estas pacientes que padecen trastornos del desarrollo: discapacidad cognitiva, autismo, parálisis cerebral, síndrome de Down o epilepsia, entre otras patologías orgánicas que también desembocan en trastornos de conducta, agresividad o delirios.

Evelyn Guevara, psiquiatra y directora médica de la institución, explica que no solo ellos se ven afectados por el bajo subsidio que reciben del IVSS (2.099,26 bolívares al día por paciente), sino que son 470 pacientes en todo el país quienes, por su misma condición, no deben vivir junto a sus familiares, debido al alto riesgo de agresividad que pueden manifestar contra ellos.

“Es muy difícil la manutención de estos pacientes con ese dinero. Además, requieren de una atención especializada, con mucha paciencia y amor. En la clínica trabajan médicos generales, psiquiatras, terapeutas ocupacionales, enfermeras, niñeras, más personal de limpieza y cocina. No es un trabajo fácil”, asegura Guevara, mientras al fondo continúan los gritos de las pacientes, reunidas en un patio delantero del centro de salud.

La directiva de la clínica reconoce que no puede continuar con 2.099,26 bolívares al día por paciente / William Dumont

Muchas de ellas han tenido un deterioro progresivo en su enfermedad debido a la falta de medicamentos: “Antes les suministrábamos anticonvulsivantes, reguladores del ánimo, antipsicóticos, pero ahora esa responsabilidad queda en sus familias. Nosotros no podemos sufragar esos gastos. Además, no hay medicinas de este tipo en todo el país. No solo ellas corren peligro, también el personal que las atiende”, añade la doctora.

En una de las oficinas de la clínica, Altagracia Lara, de 78 años de edad, admite que dejó de dormir por pensar qué hará con su hija, Zulay Marte, si este centro llega a cerrar. Afuera en el patio, Zurelys, María Alejandra, Escarlet, Ornalda, Desiré, Susana, Suramérica y Edith, entre decenas de chicas, toman el sol, caminan de un lado a otro, se recuestan de las paredes, aplauden, miran el cielo o hacen dibujos con creyones de cera.

Ornalda pinta un Mickey Mouse que copió previamente de una goma de borrar minúscula. Dice que está ahí porque se portó mal, que duerme mucho y que por eso quiere aprovechar el tiempo que está despierta para pintar. “Las niñas”, como las llama la doctora, se acercan, tocan, saludan. Sonríen, ajenas a su propio destino.

Dibujar entretiene a las pacientes de la clínica Cayaurima / William Dumont

Sin respuesta

José Borrego, dueño del geriátrico La Mano de Dios, localizado en Vista Alegre, informó que ayer no hubo reunión entre los directivos de los centros de atención y el ministro del Trabajo, Oswaldo Vera, como se los prometieron la semana pasada. “Nos reunimos con William Coronado, director general del despacho, y él se comprometió a analizar nuestra situación”, dijo Borrego.

El Nacional

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