Cinco o, a veces, 4 días tarda en llegar la curiara una vez que parte del Delta. Después de eso, la próxima vez que vuelve a tocar tierra, sus pasajeros desembarcan en suelo guayanés. Lo que baja de aquellas pequeñas canoas de movilidad limitada es más que hombres, mujeres y niños venezolanos de la etnia Warao; descienden anhelos, deseos y esperanza de encontrar en esta nueva tierra, ropa, comida, alimento y, sobre todo, algún sustento para sus familias.
Sin embargo, al llegar a la “cuna del fútbol”, como rezan diversas vallas en la ciudad, deben escarbar en los desperdicios de la urbe para poder sobrevivir. Al igual que los aborígenes que viven a orillas del río en Cambalache, para los waraos que se trasladan desde el vecino estado Delta Amacuro, el vertedero de basura es el único suministro de ropa, alimento y plaza de trabajo con los que cuentan. Por estas precarias condiciones han muerto, entre otras cosas, de desnutrición niños de esta etnia.
Esta situación no es nueva; al contrario, ha sido constante durante muchos años. Y la respuesta gubernamental, según Guillermo Van Zeeland, sacerdote y miembro del grupo Cambalache, siempre es la misma.
“Las promesas siempre son las mismas. Prometen trabajos, prometen atención médica, prometen… todo. Vienen con máquinas grandes, vienen con televisión, vienen con videos, con periódicos y, con todo eso, hacen una propaganda como si fuera que siempre han estado atendiéndolos con médicos y todo, y saben que no es así. Y saben que no lo van a hacer en un futuro tampoco; en una semana ellos ya no van a estar. Esto es lo que se repite”.
La historia se repite
En mayo de 1999 seis niños waraos del sector Cambalache, y algunos provenientes del Delta Amacuro, murieron de desnutrición. La respuesta gubernamental: limpieza del área donde habitan los waraos, operativos médicos de vacunación y chequeo general, promesas de construcción de mejores viviendas y puestos de trabajo, abastecimiento de alimentos y, sobre todo, aseveraciones de que la muerte de los niños no fue por desnutrición.
Al igual que ahora la atención se concentró en la comunidad, pero semanas después, paulatinamente, los esfuerzos por mejorar la situación de los indígenas fueron mermando. Un año más tarde ningún departamento estatal se acordaba de aquellas promesas y, entre el olvido, los venezolanos de la etnia Warao volvieron a la rutina normal: hurgar en la basura para sobrevivir.
Este olvido evidente de las promesas emitidas por el despacho público generó, 12 años después, la repetición de la tragedia. Por esta razón, el padre Van Zeeland, sacerdote de Cambalache, asegura que para ayudar a los pueblos indígenas de este sector se debe, además de cumplir con las promesas planteadas, conciliar una solución en la que la comunidad nativa intervenga.
“Cada año mueren niños de hambre por desnutrición en el mes de junio, que es cuando hay la temporada de lluvia. En esta, ellos (los Waraos) vienen del Delta y se ubican al lado de los ríos, donde está la comunidad, y allí mueren los niños. Esto se repite cada año. Este año se ha adelantado la temporada de lluvia por esto han muerto estos niños en esta fecha (…) Siempre con cada cambio de político se quiere cambiar eso; pero no lo han logrado. Yo no estoy negando el hecho de que hicieron el intento. Yo estoy reclamando que no siguen, como si todo ya estuviera solucionado, y tapan las cosas”.
“No han recibido asistencia médica”
Esta población, resaltó el padre Guillermo Van Zeeland, ha estado abandonada, principalmente, en la asistencia médica. El módulo de la comunidad había estado desabastecido de medicinas e insumos para contrarrestar las enfermedades de los habitantes del sector.
“(Manuel) Maurera, (director del Distrito Sanitario), está diciendo que siempre ha asistido a los indígenas con atención médica, y simplemente no es así. Yo tengo que llevar siempre a toda esta gente al hospital, si él los hubiera atendido, como dice, ningún niño hubiera muerto. Cuando ellos (los indígenas) van al módulo, les llenan la mano con papelitos. Ellos no sólo no saben leerlos; sino que no tienen dinero para comprar la medicina”.
El sacerdote destacó que las autoridades, en el caso actual, han tratado de desviar la responsabilidad de las muertes a las familias de los niños, pero “la verdad es que la culpa es de ellos por no ayudarlos”. Explicó que las comunidades que se trasladan desde el Delta Amacuro lo hacen por una necesidad evidente: hambre.
La única forma de ayudarlos, subrayó, es planteándoles soluciones en las cuales no deban abandonar su cultura. Insistió que la mayor parte de la asistencia que les han brindado representa una transculturización; de esta forma, ejemplificó el cura, para poder ir a un centro de salud, trabajar o recibir ayuda deben manejar el idioma español que no es su lengua natal.
“Ofrecen trabajo, pero no dan salario. Los indígenas se han convertido, de nuevo, en espectadores de una política de apariencias. Ahora han cambiado la cara de los waraos, pero no sus vidas. Ellos siguen sacando de la basura su ropa y sustento. Otros, los que estaban en la orilla, más de 100 indígenas, simplemente los han devuelto al Delta”. (Rolando Azocar, Correo del Caroní, 27.04.11)