Un diálogo de la película Colores primarios resulta elocuente sobre los límites de utilizar el descrédito del otro como estrategia política.
La fiel asistente de un desconocido gobernador sureño en busca de la elección como Presidente de Estados Unidos (no pocos vieron un símil con Bill Clinton en la cinta, al inicio de su carrera política) está dispuesta a tapar los escándalos sexuales de su jefe, que se multiplican en medio de la campaña, pero en una dura confrontación le dice que se retira de su equipo. La asistente había sido enviada a recabar información sobre la homosexualidad de un antiguo gobernador, que por azar terminó en la campaña presidencial y, según las encuestas, con posibilidades de triunfar. La asistente, información en mano, increpa al gobernador sureño: nosotros no ingresamos a la política para hacer esto. La respuesta de quien persigue la Presidencia es que justamente esas pruebas pueden ayudar a desacreditar al otro y con ello garantizar su triunfo. Ser presidente, para eso ingresamos en la política, es su respuesta. Es la búsqueda del poder sin mínimos éticos.
En nuestro caso, más allá de la anécdota del filme, nos interesa rescatar la idea de cómo el descrédito del otro es moneda corriente, y especialmente en la larga década que Venezuela ha estado gobernada por Hugo Chávez. Como estrategia publicitaria resulta crucial en aquello de desviar la atención de los asuntos que le afectan negativamente.
Una mirada rasante por la programación del canal gubernamental Venezolana de Televisión nos muestra cómo la acción oficial, basada en la descalificación del otro, puede llegar a niveles burdos. Así tenemos que la pantalla de VTV es el espacio para acusar, juzgar y sentenciar a organizaciones y personas, con videos que se presentan como periodismo de investigación o el uso de la caricatura para ridiculizar. Los casos de Econoinvest, una casa de bolsa con amplia participación en la vida cultural a través de la Fundación para la Cultura Urbana, y de la asociación Espacio Público, destacada en la denuncia de las restricciones a la libertad de expresarse e informarse, son objeto en la actualidad de una campaña de descrédito que, usando ambos elementos audiovisuales, persigue dos objetivos. Por un lado, se busca minar la credibilidad pública, presentándolas como entidad dedicada a las actividades financieras ilícitas (caso Econoinvest) o como ONG servil a los intereses de Estados Unidos (caso Espacio Público). La campaña de descrédito, que apela a la mentira soez, por otro lado busca reafirmar un clima de conspiraciones internas y externas, que presuntamente atentarían contra el Gobierno.
Nada más lejos de la realidad.
Es el Gobierno, con su propia ineptitud, el que está cavando su fosa.
Una detallada revisión de lo ocurrido en los períodos preelectorales, especialmente a partir de 2004, arroja que ante cada elección el Gobierno crea un clima particular que busca tanto galvanizar a sus seguidores como amedrentar a los opositores.La estrategia preferida es el descrédito, la campaña de descalificación pública, amplificada por los medios al servicio del presidente Chávez y de su proyecto de permanecer largamente en el poder. Porque a eso se reduce la acción política del momento presente en Venezuela. Un jefe del Estado dispuesto a barrer con todo, incluso con las instituciones, con tal de alcanzar su sueño de gobernar por más de 20 años, y un frente democrático, que hoy luce más articulado y que tiene en el voto ciudadano su mayor poder.
Hace poco Tulio Hernández habló de la jauría, para referirse a esta campaña de descrédito previa a las elecciones. Habrá que contrarrestarla con el voto, sin duda alguna.
Por: Andrés Cañizález
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