Esta semana que termina he estado recluida, casi sin moverme, por efectos de un cuadro que los venezolanos estamos identificando como “el virus de la chikungunya”. Confieso no tener ningún papel que lo certifique, pero tuve mucha fiebre los primeros días, fuertes dolores en las articulaciones, luego de unos días me salieron unas manchitas rojas, como si fuera una alergia, con la continuación de los dolores, que no distinguían huso horario -todo el tiempo y cualquier postura podía ser usada en mi contra… En fin, encierro obligado sin vacaciones que disfrutar. Chikungunya pues.
Aparte de “descubrir” que no era la única con esos males, puesto que a quien llamaba o escribía tenía alguien cercano con el mismo cuadro, me hizo pensar en la analogía entre la chikungunya y el país. Fíjese usted.
El mal no es exclusivo de una minoría, no hay edad, lugar, creencias políticas o religiosas, afecta a cualquiera, anda por todos lados, y no se trata de un solo síntoma, es un conjunto: fiebre, dolores, debilidad, “salpullido” o como le queramos llamar.
Así estamos los venezolanos y venezolanas: aquejados por una situación enfermiza, caracterizado por altísima inflación, que no perdona ningún ingreso (al menos en “moneda fuerte), escasez de medicinas importantes, productos básicos para la vida moderna -como jabón, desodorante, harina, leche, luz eléctrica, repuestos para vehículos. Claro que a unos los afecta más que a otros, pero nadie puede proclamarse libre. Solo nuestro buen sentido del humor nos salva de la depresión generalizada al hacer chistes sobre vender desodorante al detal y tener zancudos bajo régimen de presentación.
La chikungunya debilita el organismo, cansados nos levantamos y cansados nos acostamos. Así estamos los venezolanos con esta escasez: cansados, haciendo el mercado por cuotas, y terminar la semana sin haber cubierto la lista, para volver a empezar. O sea: no hay fin de semana libre de colas. Piénsese además que todas las campañas, operativos, avisos oficiales están hechos en un discurso que nos hace estar permanente en “pie de guerra”, cuando lo que necesitamos es un poco de serenidad y enfriamiento de ánimos.
La fiebre, no se ve pero es indicador de luchas internas en el organismo, ahí están los glóbulos blancos librando batallas, y el cuerpo sufriendo. Así está el país, no hablo de la polarización, de la cual a veces ya ni hablamos porque conseguir acetaminofén pediátrico o la leche son tareas que no nos dejan casi ni pensar a largo plazo.
Además, piénsese que todas las campañas, anuncios, operativos, avisos oficiales están hechos en un discurso militarista que nos hace estar permanentemente en “pie de guerra”, cuando lo que necesitamos es un poco de serenidad y enfriamiento de ánimo, bajar la fiebre pues. Añádase además que la angustia por el futuro es algo que no se ve pero se siente.
Los movimientos del que ha sufrido chikungunya son lentos, y cada paso duele. Así está el país: no hay movimientos fáciles ni deben darse abruptamente. Hay que ir con calma y sabiendo para dónde se va. Hay que tomar las medicinas adecuadas pues una medicina contraindicada puede complicar el cuadro. Igual el país.
Sin embargo, de la chikungunya se sale, hay que ser creativos para inventar repelentes caseros, activar la solidaridad para encontrar las medicinas, tener fe en que nadamos y hay una orilla. Igual el país, creatividad, paciencia, ver al otro que también sufre, saber que somos limitados y que nos necesitamos los unos de los otros. Yo estoy dispuesta a dar el paso, ¿y usted?.