“Sé que todo está muy difícil para los jóvenes, hay muchos riesgos. Lo que más le duele a uno es saber de casos de muchachos por los cuales hemos hecho muchas cosas y a veces los perdemos. Son pocos, pero nos duele. Junto a eso tenemos muchas satisfacciones”.
Es delgadita, luce frágil, se la puede llevar el viento mientras sube o baja centenares de escaleras de esa que cruzan el barrio Unión de Petare, casi de manera imperceptible para un recién llegado, pero no para ella, que las transita desde hace 20 años.
Pero no se engañe: Maribel no es frágil, es fuerte como un roble, con su sonrisa disuelve cualquier pleito y deshace malas caras en el colegio María Inmaculada de Fe y Alegría, en donde se ocupa de coordinar la educación en valores.
“Sé que todo está muy difícil para los jóvenes, hay muchos riesgos. Lo que más le duele a uno es saber de casos de muchachos por los cuales hemos hecho muchas cosas y a veces los perdemos. Son pocos, pero nos duele. Junto a eso tenemos muchas satisfacciones. Recuerdo un caso de unos exalumnos que eran de los grupos juveniles. Muy buenos los dos. Se hicieron novios después que se graduaron, pero un día se apareció el muchacho, casi llorando, la novia quería terminar la relación, pero él decía que la quería mucho. Me pidió que intercediera. Se reconciliaron. Se casaron, y siempre vienen el día de las madres a traerme algo porque dicen que soy como su mamá. Uno se alegra de haberlos acompañado” y así va relatando Maribel historias, con acento andaluz, pero con corazón venezolano.
He visto a Maribel hacer ejercicios de relajación con pequeños del preescolar. Respiran profundo, se van quedando quietecitos, un montón de “camisas amarillas” descubriendo su interioridad.
La religiosa es de la Congregación del Patrocinio de María. Han estado por casi 30 años en ese centro de Petare, también están en Carabobo y Aragua. Ahí, en el barrio Unión tienen su residencia, saben, como también lo sabe el padre Alejandro Moreno, el padre Trigo y muchos más, que en esas zonas populares estigmatizadas por la violencia, hay más gente buena que mala, pero los malos hacen mucha bulla. Maribel, junto al resto de su comunidad, escucha, aconseja, acompaña, en las buenas y en las malas. No viven del cuento, ellas viven en medio de gente sencillas, viven sencillamente, confían en la gente, anticipan el Reino.
El colegio tiene 1.200 estudiantes, desde educación inicial hasta bachillerato completo. ¡Son muchos en poco espacio! “Llevamos dos años sin ninguna pelea con agresiones físicas”, dice Maribel con orgullo. ¡Los milagros existen!, me digo cuando le oigo su reporte. No ha sido eso cosa de la casualidad, las hermanas han formado maestros y maestras, las hermanas saben que a convivir pacíficamente se aprende, a pesar de los entornos violentos. He visto a Maribel hacer ejercicios de relajación con pequeños del preescolar. Respiran profundo, se van quedando quietecitos, un montón de “camisas amarillas” descubriendo su interioridad. No es casualidad que lleguen a la adolescencia y no resuelvan sus problemas con puños.
Su trabajo trasciende las aulas. Coopera con la parroquia del barrio, coopera con organizaciones comunitarias, promueve grupos juveniles…
Creo que Maribel debe ser nombrada presidenta de la AAM (Asociación de la Alabanza Mutua) pues habla bien de todo el mundo y todo el mundo habla bien de ella. Yo ya voté por ella.
Luisa Pernalete