luisa pernalete¡Imposible acostumbrarse! ¡Imposible ver como si fuera normal que adolescentes de 13 y 14 años estén muriendo de manera violenta, y peor aún, que sus victimarios sean compañeros de estudio! No, no podemos acostumbrarnos porque 13 y 14 años no son edades para morir, y ninguna edad es para matar, menos cuando todavía se está en el liceo, un tiempo de aprender a convivir en paz.

Las muertes de los dos adolescentes, en escasas 24 horas tienen que llamar a la reflexión y a la acción. No basta con decir que hay “crisis de valores”. Tenemos que hacernos preguntas con la urgencia de encontrar algunas respuestas.

No olvidemos que en el 2013 hubo varios casos de muertes violentas dentro de planteles o a las puertas de colegios. No olvidemos que en lo que va del 2014 en Caracas ya van 69 menores de edad asesinados, y en Ciudad Guayana 35.

Los adolescentes tienen derechos a llegar a viejos. El Estado, la familia y la sociedad tienen el deber de enseñarlos a convivir y también el deber de protegerlos. Trece años es el comienzo de la vida.

¿Qué se está aplaudiendo en esta sociedad? ¿Se valora al pacífico o se eleva al violento? ¿De qué manera se invita a resolver los problemas? ¿Es el diálogo coherente con acciones también pacíficas o es la confrontación, la amenaza, el uso y aviso de la fuerza? ¿Se dan ejemplos violentos y luego se juzga a los adolescentes que los siguen? ¿Dónde están las políticas públicas para atender los casos de adolescentes que cometen delitos? ¿Dónde están los equipos de profesionales a los cuales madres, padres, educadores puedan remitir a niños y adolescentes en situación de riesgo?.

Propongo que los módulos de Barrio Adentro vacíos, se ocupen con equipos interdisciplinarios, al menos uno por parroquia, de manera que cuando se prendan señales de alarma haya a dónde acudir. Hay tragedias que se podrían evitar si los problemas de conducta se atendieran a tiempo.

Los dos casos de esta semana nos obliga a los educadores y a las familias a hacernos preguntas también. ¿Dedicamos tiempo a escuchar a los hijos y alumnos? ¿No están creciendo demasiados solos los niños y adolescentes mañana? ¿Estamos educando los afectos? ¿Qué historia hay detrás del adolescente de 16 años que mata a su exnovia de 14? ¿Estamos enseñando a pensar antes de actuar?.

La convivencia pacífica tiene su componente cognitivo y me temo que no estamos dedicando tiempo a esos procesos sistemáticos. ¿Qué se hace cuando ya tiene la violencia extrema, la visible? ¿El lunes seguirá igual la planificación? ¿De verdad creemos que dos o tres charlas revierten conductas violentas? ¿Dónde están los planes de formación para los padres? Ni los educadores tenemos herramientas ni los padres tampoco. Las universidades también tienen la tarea de actualizar los programas de formación docente para pregrado y para egresados.

No es imposible educar y aprender en paz. Como dice Manuel Segura, no es fácil pero tampoco imposible. He estado varios días en un colegio de Fe y Alegría, ubicado en una zona popular de Caracas, una de esas estigmatizadas por historias de violencia urbana. El plantel tiene más de mil alumnos. Poco espacio para los recreos, pero el equipo directivo organiza a los estudiantes de tal manera que los más pequeños estén protegidos, tienen su piso con su área de recreación, así los grandes no se los llevarán por delante; he visto niños y niñas de educación inicial haciendo ejercicios de respiración profunda; he visto a la hermana Maribel, que no parece cansarse, saludar personalmente a adolescentes “difíciles”, entregarles una sonrisa, y una felicitación por algo bueno que han hecho; abordan los problemas de convivencia inmediatamente, nada de impunidad o de minimizarlos. El año pasado sólo tuvieron una pelea en todo el colegio. Llevan planes sistemáticos en las guiaturas, también con los docentes y con las familias. Se preocupan y se ocupan. ¡Sí se puede! Pero hay que establecerlo como prioridad.

Los adolescentes tienen derechos a llegar a viejos. El Estado, la familia y la sociedad tienen el deber de enseñarlos a convivir y también el deber de protegerlos. Trece años es el comienzo de la vida.

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