El martes 27 de septiembre, piquetes policiales subordinados a Julio León Heredia, y cuadrillas de choque del PSUV, impidieron el libre acceso a la Sede Administrativa de la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy, entretanto el viceministro de Desarrollo Académico del MPPEU, Rubén Reinoso, prevalido de su incontinencia emocional, instigó a las por él denominadas “nuevas autoridades”, a asaltar la UNEY y adoptar la conducta descrita en el artículo 461 del Código Penal.
La ministra mintió pública y comunicacionalmente cuando afirmó en el programa de Ernesto Villegas que las autoridades de la UNEY eran de libre remoción y nombramiento, la falsedad de tal enunciado la explicitan la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y el Reglamento General de la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy, instrumentos legales que la ministra debió consultar antes de tomar cualquier decisión.
La ministra, al delegar funciones y competencias en el nada ilustre y ampliamente desconocido señor Reinoso, compromete su responsabilidad administrativa, civil, y penal, con el actuar cantinflérico del inicuo personaje, compromete también cualquier autoridad viceministerial en materia de Educación Universitaria.
La ministra socava, por interpuesto viceministro, la Misión 7 de octubre, el Polo Patriótico, el vivir viviendo de la ciudadanía yaracuyana, la armonía universitaria, el empuje socialista, la construcción revolucionaria. La ministra acredita la palangre falaz de ultraderecha y el imaginario autoritario del Gobernador. La ministra avala la perversa utilización de las “bases” inducidas a la violencia política, la ministra desconoce que lucha de clases no es el pueblo contra el pueblo, que la revolución no enfrenta a los ciudadanos contra los ciudadanos, y mucho menos a los más desposeídos contra los estudiantes de una universidad pública al servicio de la gente, de los jóvenes, de La Patria Bolivariana.
Si el ignoto señor Reinoso abrigara en su intelecto una única nanodendrita socialmente sensible, tal vez experimentaría una sinapsis escrupulosa, y a lo mejor sentiría pena ajena cada vez que se viera a un espejo. Por ahora sólo le queda sentarse a ver pasar su propio cadáver político porque la dinámica de las revoluciones no perdona a aquellos que no están a la altura de los compromisos, y ésta es una revolución muy a pesar de los burócratas que se empeñan en ir contra su corriente, corriente cuyo manar remonta los protagonismos mediáticos, los cargos y los nombramientos, los ministerios y los viceministerios, los gobernadores, sus policías, su puntofijismo de nuevo cuño.