Son muchas las lecciones que sobre la organización del trabajo, el derecho laboral y la lucha sindical se han dado en la Siderúrgica del Orinoco. Pero Sidor no es sólo eso. Tiene el raro privilegio de ser una de las parteras del núcleo urbano que es Ciudad Guayana. Puede decirse que la ciudad, en principio y en buena medida, se hizo para que la habitaran los hombres y mujeres siderúrgicos, lo demás vino después. Pero Sidor es más. Vale la pena repetir otra vez, en esta hora, una frase que Lucas Matheus acuñó hace unos años y que más o menos dice que Sidor es por excelencia la universidad obrera de Venezuela: convirtió a pescadores y campesinos del estado Sucre, a campesinos de Monagas y a mineros del interior de Guayana en técnicos metalúrgicos. Con los años, las conquistas laborales de Sidor marcaron la pauta de los derechos obreros de todo el país. En un momento dado, Andrés Velásquez y los Matanceros lograron, después de años de lucha desigual, independizar del poder y de la tutela del gobierno y del partido oficial al entonces poderoso movimiento obrero siderúrgico. No es una afirmación gratuita o lisonjera: allí están dos testigos, que al final son uno solo: la historia y la memoria.

Durante el corto tiempo que duró la planta bajo el control de la empresa argentina -período que debe ser estudiado y, luego de mirarlo sin pasiones ni necios intereses, reivindicado- se estaba formando en Sidor, silenciosa pero consistentemente, un significativo número de jóvenes destinados a convertirse en el mediano plazo en la élite profesional de la tecnología criolla. Ese programa, que combinaba talento, estudio y desarrollo humano de excelencia, fue truncado con la estatización. A algunos de esos muchachos los veremos un día en cualquier parte del mundo, convertidos en líderes de procesos productivos de trascendencia planetaria, y a Sidor, una vez más, como el comienzo de todo. Esa experiencia, poco conocida, tocaba uno de los elementos clave de nuestro diferido ingreso a la era del conocimiento: la formación cabal de individuos en ciencia y tecnología; y la malograron.

El enrarecimiento del clima laboral del país es inocultable. Salarios devorados por la inflación, desempleo creciente, retroceso de los beneficios conseguidos, desconocimiento de la contratación colectiva y de las representaciones sindicales legítimas, judicialización de los escenarios de concertación y la criminalización de los reclamos y las protestas, aliñan el cuadro general de descontento obrero. A todas estas, el gobierno apura su modelo cubano de economía y confisca, ocupa y amenaza cada día a una empresa en un esquema de populismo comunistoide, tropical, de lucha de clases. El fenómeno venezolano es que los trabajadores de las fábricas confiscadas o amenazadas, que encarnan la coartada de la que vale el discurso del gobierno para “liberarlos de las cadenas del capitalismo explotador”, no quieren ni ocupación, ni confiscación de las empresas en las que trabajan. No quieren al gobierno como patrón.

Ese hecho es digno de profundos estudios. El rechazo al gobierno como nuevo patrón, que es nuevo, no se debe -como dice y sugiere la voz oficialista- a la alienación de los trabajadores ni a que no entienden, los pobrecitos, lo que está en juego. Los trabajadores de Polar y de Friosa, por mencionar dos casos recientes, rechazan la confiscación y la expropiación porque precisamente entienden demasiado lo que está pasando y lo que está en juego.

Y aquí es donde Sidor vuelve a ser noticia, protagonista y modelo. Lo que ha sucedido y está sucediendo en Sidor vuelve a ser emblemático para todos los trabajadores de Venezuela, pero esta vez como representación de lo que no debe ser. En estos instantes deberían promoverse pasantías de estudiantes, obreros y aprendices de sindicalismo para que constaten, desde la catástrofe laboral, el fracaso del modelo estatista que el gobierno esta imponiendo contra la voluntad de los venezolanos y en especial de los trabajadores. Sidor vuelve a dar lecciones, esta vez del horror laboral: anarquía; bandas armadas que toman áreas y se imponen por la fuerza, como en las cárceles venezolanas; reclutamiento partidista y para las milicias desde las áreas de trabajo; reposos sindicales para centenares de militantes del partido y una corrupción que deja como arcángeles los pillos de Fetrametal, de ingratos recuerdos. Y eso ya lo saben los trabajadores en toda Venezuela. Sidor ha sido escuela de muchas cosas buenas. Hoy es escuela de un naufragio provocado que amenaza con hundir también una ética laboral y sindical que costó años en construirse. (Eliecez Calzadilla, 30.05.10, Correo del Caroní)

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