El siguiente texto fue realizado por Esteban Emilio Mosonyi, profesor de Antropología en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales UCV, y luchador por los derechos de los pueblos indígenas. Provea cumple con la divulgación del material para comprender la situación de los Yukpa y del universo indígena en el país.
A continuación le presentamos el texto, mucho agredecemos su divulgación:
A estas alturas -o más bien hondonadas- del desenvolvimiento de la situación de los yukpa de la Sierra de Perijá en el estado Zulia, no sólo en relación con la negativa oficial de demarcar sus tierras, sino ahora con el caso específico de los tres (3) indígenas presos uno de los cuales es wayuu, la ética y el más elemental sentido común me obligan a ser muy cauteloso, a no echar más leña al fuego ya devenido en incendio. Prometo ser respetuoso y circunspecto hasta el límite de mis posibilidades frente a todos los contendores y opinadores. Además, ya esto dejó de ser un problema entre chavistas y no chavistas -aunque no me gusta el término por personalizador- puesto que uno se encuentra con matices fuertes y moderados de distintos signos que a su vez responden a distintas concepciones políticas, hasta contrapuestas. Un importante, si no el más importante motivo subyacente sigue siendo el terrible racismo y endorracismo antiindígena heredados de la Colonia y recrudecidos por la República hasta el día de hoy, pese al inmenso avance normativo gracias a la Constitución bolivariana de 1999 y numerosos instrumentos jurídicos de allí derivados. A título de ejemplo, se afirma alegremente que concederle un mínimo de derechos territoriales y culturales a un pueblo como el yukpa es regalar una parte del país a Colombia. Ello significa en la práctica que el yukpa, en tanto parte del mundo indígena, es percibido como extranjero, apátrida, antivenezolano, manipulable, brutazo, y en el mejor de los casos, por condescendencia, simplemente como infantil o de escasas luces. Las motivaciones son diversas, pero los efectos casi idénticos. No se les quiere considerar ciudadanos normales con características históricas e identitarias un tanto distintas, como realmente ocurre.
Afirmé en el título de mí escrito que la situación debería verse, en lo posible porque no es fácil, desde su propio contexto y con algo de empatía. No estoy pidiendo lo imposible; de hecho existen buenos y excelentes trabajos de investigación sobre éste y otros pueblos indígenas. Muchos de nosotros hemos podido escuchar la diafanidad del discurso yukpa en apoyo y defensa de sus reclamos, valores y principios, aun con todas las limitaciones de un español imperfecto y no escolarizado. Hoy día es relativamente sencillo hacer buenos análisis de discurso. Algunas de sus intervenciones han sido difundidas por la prensa y los medios radio-televisivos. Si auscultamos un poco lo realmente dicho por estos hombres y mujeres, su deseo profundo es vivir en paz en su tierra, practicar la agricultura y otras actividades, algunas hasta vinculadas con el mercado externo; no ser molestados por hacendados, mineros, combatientes irregulares, narcotraficantes y otros criminales, ni siquiera intervenidos por nuestras tropas regulares, porque la misma Constitución les permite y hasta propicia proseguir su vida colectiva y bajo la égida de su identidad histórica. Ello implica la posesión y ejercitación de sus normas sociales, el desenvolvimiento autónomo de su lengua y cultura milenaria, y el respeto a sus patrones de asentamiento que -por un privilegio especial en esta época de geocidio e intereses corporativos de toda laya- responden ampliamente a la necesidad de conservar el ambiente, la biodiversidad y la explotación y uso extremadamente cuidadosos de nuestros recursos energéticos. Además, los indígenas -mejor que nadie- le han garantizado al Estado venezolano hasta la fecha la integridad del territorio nacional, ya que no hay comparación posible entre un poblador o colono migrante-golondrina, quien hoy se asienta en un sitio y mañana se marcha al confín opuesto del mundo, y una comunidad indígena milenaria resuelta a permanecer en su lugar de asentamiento tradicional, hasta el límite de sus posibilidades y aun frente a innegables peligros etnogenocidas en su contra. Así, si queremos tener fronteras seguras, es de fundamental significación propiciar una sólida alianza con estas comunidades; no a guisa de carne de cañón o «indios guerreros» como algunos quieren, porque son pocos y podrían ser exterminados junto con su cultura, sino en tanto sociedad humana firmemente afincada y estrechamente ligada a su base territorial y a su entorno ecosistémico. ¿Por qué no seguimos en esto el ejemplo que nos brinda la nueva Constitución boliviana -esperamos que se cumpla en la práctica- según la cual la integridad del territorio y el Estado boliviano está ampliamente sustentada por sus pueblos o naciones indígenas, no sólo andinas sino también amazónicas y afrodescendientes, dondequiera que existieren estas privilegiadas formaciones societarias?. ¿Por otro lado, en qué parte o momento histórico se ha detectado algún pueblo indígena secesionista y desintegrador; no son más bien ciertas burguesías blanco-mestizas quienes han despedazado de manera inmisericorde el inmenso territorio de Nuestra-América en multitud de países -dizque soberanos- desde la llamada Independencia hasta los tiempos actuales, y sin mucho remedio a la vista? Fijémonos tan solo en el mexicanísimo Benito Juárez de estirpe zapoteca, quien acabó con las pretensiones francesas y austríacas sobre su patria natal; o en el vigoroso nacionalismo -eso sí, de basamento indoamericano- de los movimientos indígenas ecuatorianos, hoy desafortunadamente combatidos por el Presidente Correa. Los ejemplos se pueden multiplicar en ambos sentidos.
Pero vamos más allá, que el camino es largo. Los indígenas, en este caso los yukpa, actúan con criterio autónomo, de algún modo auto-empoderados como lo quiere el mismísimo Estado venezolano con su omnipresente Poder Popular y la creación, un tanto improvisada y apresurada, de una red de comunas en el país. Ahora bien, ¡los yukpa ya tienen ese socialismo comunal hace bastante tiempo y lo ejercen de la manera más contundente, si observamos sus protestas colectivas incluso en la ciudad de Caracas y ante las máximas instituciones de la República!. ¿No es eso lo que quiere alcanzar la Revolución Bolivariana con un Socialismo del Siglo XXI? ¿Por qué nos quejamos, entonces, viendo a los yukpa enseñándonos a ser socialistas de verdad verdad?. Lo que hacen es defender un mundo de vida y nosotros dándoles respuestas burocráticas y autoritarias; para colmo basadas en la ignorancia, la discriminación y una maraña de intereses creados. Del propio discurso yukpa se desprende, en forma continua y sin dejar lugar a dudas, que ellos sí apoyan un proceso de transformación como rezan los principios de la Revolución Bolivariana y están muy agradecidos al Presidente de la República quien reconoció sus derechos y les expresó múltiples veces su apoyo en todos los sentidos. No obstante, también sostienen que la Revolución llegó para devolverles esa autonomía que nunca debieron perder y en consecuencia poder dirigir y dirimir sus propios asuntos, de aprovechamiento de sus tierras y cumplimiento de sus normas de convivencia, entre otros requisitos. De modo alguno necesitan ni aceptan que se les dicte una concepción y un comportamiento revolucionarios desde arriba, con modalidades eurocéntricas y decimonónicas, y a imitación de experiencias revolucionarias anteriores, la mayoría de ellas fracasadas. En todo caso, los maestros son ellos, no los europeos ni los criollos, que aun militando en la izquierda tienden hacia un individualismo exacerbado confrontado con la masificación extrema de las multitudes e incluso de las minorías, reflejando de esta manera la monarquía absoluta y absolutista del Rey Luis XIV: el Estado soy yo… junto con los demás aditamentos.
Finalmente, por ahora, quisiera dejar sentado que mi toma de posición no propende a idealizar y magnificar las sociedades indígenas, además de estar claro en el peso de la aculturación compulsiva y la presión etnocida que han distorsionado muchas de sus pautas originarias. Defiendo, por ejemplo, la aplicación de una justicia propia en las comunidades; mas la misma Constitución contempla que esta tiene que articularse por varias vías con la legislación nacional y con mecanismos complementarios, en caso de conflictividad y colisión serias con el ordenamiento jurídico venezolano. Si ello se cumple, no hay nada que temer frente al ejercicio de la normatividad cultural correspondiente, por no ser esta absoluta ni definitiva: ni siquiera las leyes del país lo son. En cuanto al problema central de la demarcación o delimitación de las tierras, tampoco profeso un fanatismo intransigentemente pro-indígena o algo por el estilo. Lo que sabemos a ciencia cierta es la existencia de varias propuestas de demarcación contradictorias; pero se ha jugado con la imposición unilateral de un plan oficial que, lejos de satisfacer al menos a la mayoría de las comunidades, lo que hace es distribuir migajitas de terreno infértil completamente esparcidas en medio de enormes zonas adjudicadas a otros actores sociales, a las compañías mineras transnacionales regidas por diferentes imperios, en especial. En cambio, un grupo de comunidades y algunos estudiosos de la materia presentan otras propuestas que ni siquiera han podido llegar a las mesas de discusión. Más que diálogo de sordos, simplemente no hay diálogo para nada, ya que los propios sordos -con el perdón de nuestros dignos compatriotas no oyentes- brillan por su ausencia. Algunos representantes de organismos gubernamentales han cometido el grave error de insinuarse en ciertas comunidades para obtener su beneplácito, y de esa manera enfrentarlas con el resto de sus paisanos y parientes. ¿Por qué decimos que se trata de algo grave? La respuesta obvia se afinca en la baja tasa demográfica de los yukpa como tales; de donde resulta que al enemistarlos entre sí se corre el riesgo de su total aniquilamiento físico y cultural, en muy poco tiempo. Reitero, sin embargo, que no disponemos de una oferta de solución acabada y definitiva que en lo operativo pudiese asumirse por todos los actores. Lo que se impone -y parece no haber otra salida racional y aceptable- es abrirse entre todos a un flujo comunicativo, a un multidiálogo en que se incluyan no tan solo los más directamente vinculados sino otros sectores, muchos de ellos muy interesados además de conocedores de la situación, para agilizar la discusión y llegar a resultados óptimos, dado lo complicado del tema y el peso de errores ya cometidos y difícilmente reversibles. Los científicos sociales comprometidos también nos creemos con derecho a intervenir en la problemática, sin pretender poseer la verdad revelada. NO A LA PALESTINIZACIÓN DE LA SIERRA DE PERIJÁ. Actuemos -y esto va con gobierno y oposición, con los ni-ni, con indígenas y no indígenas, con los yukpa, barí, japreria y wayuu perijaneros, con criollos y extranjeros, venezolanos y colombianos, militares y civiles, instituciones nacionales y compañías extractivas, con todos los sectores susceptibles de figurar en esta lista- en términos constitucionales, legales, humanitarios, éticos, espirituales, ecológicos y sensatos en el sentido más amplio de la palabra. Hay un peligro gravísimo pero yo, a título personal e interpretando otras opiniones suficientemente consultadas y conocidas, mantengo inalterable mi optimismo de que habrá una solución y esta podrá darle un gran ejemplo a Venezuela y al mundo, tal como Nicaragua en su momento resolvió magistralmente, y con efectos hasta hoy y a futuro, el secular problema de los pueblos de la Costa Atlántica.
Por Esteban Emilio Mosonyi