Lo que sucede entre el presidente Chávez y el cardenal Urosa no es personal: es político. Y no hay porqué eludirlo o disfrazarlo. La diferencia es que mientras Chávez hace política con un profundo contenido social y no lo esconde, Urosa plantea otra política de signo contrario y pretende ocultarlo. Uno encarna la revolución y otro la contrarrevolución. Eso es todo. La jerarquía eclesiástica tiene esa característica: niega que haga política, cuando en realidad siempre la hace y se pronuncia o guarda silencio por razones políticas. Sostiene que la política no es su competencia, pero a lo largo de la historia demuestra todo lo contrario. Ejemplo: la relación en España de la Iglesia con Franco, que convirtió a éste en «Caudillo de España por la Gracia de Dios».

Chávez encarna en Venezuela el poder de origen democrático, producto de reiteradas decisiones del pueblo en comicios libres y soberanos. La jerarquía de la Iglesia lo enfrenta de manera obsesiva, en ejercicio de un contrapoder sin legitimidad. Un contrapoder que usurpa la religiosidad popular y promueve políticas reaccionarias. El cardenal Urosa siempre cuestionó el proceso bolivariano. Lo ha hecho a través de múltiples pronunciamientos, con opiniones sesgadas sobre hechos políticos. Criticando el gobierno de Chávez con el mismo lenguaje de la oposición, a la que nunca reprocha los desaguisados en que incurre. Es un cardenal de la oposición y no pierde oportunidad de demostrarlo. El 12-A, horas después del golpe, declaró a los medios -como obispo de Valencia- que «los facinerosos derrocados tenían las manos manchadas de sangre y habían arruinado al país, por lo que merecían ser enjuiciados, incluyendo el presidente». No obstante, Chávez pasó por alto ese tipo de ataque y aceptó su nombre -propuesto por el Papa de acuerdo al Convenio con la Santa Sede- para Arzobispo de Caracas. Por estos días el Cardenal recrudece su ofensiva política en el contexto de la campaña electoral con argumentos idénticos a los de la oposición. Y desde Roma, en la residencia Domus Sacerdotales, con el padre Freites al lado, disparó dardos impregnados de política; eso sí, cuidándose de aclarar que no es político. A su regreso al país lo esperaba en Maiquetía un escuálido grupo de dirigentes de la oposición. ¿Cómo se llama eso en lenguaje coloquial?

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Las dos vías

1- Se percibe la existencia en la oposición de dos vías: la cívica, que asume democráticamente las elecciones parlamentarias del 26-S; y la subversiva, que planifica y alienta acciones para afectar el proceso electoral –frustrarlo o a crear situaciones que provoquen conmoción en el país. Recojo opiniones en la calle de origen diverso y la coincidencia es enorme. La experiencia indica que en situaciones de tal naturaleza, en las cuales convergen variadas vertientes informativas, casi siempre se cumplen los pronósticos. Así ocurrió durante la etapa que precedió al 11-A y, luego, cuando el golpe petrolero. En aquella oportunidad también se manifestaron dos vías, la de los que se resistía a caer en la aventura y la de aquellos que empujaban a la oposición al abismo. En los momentos previos al asalto contra la Constitución, las diferencias desaparecieron y se impusieron los aventureros. Casi siempre el desenlace es el mismo: en situaciones críticas la ambigüedad termina retrocediendo, avasallada por quienes apuestan a «todo o nada». Por esos días, Plaza Altamira acabó con la sensatez y condujo a toda la oposición al desastre. Nadie en ese campo tuvo la lucidez y el coraje necesarios para enfrentar la irracional conducta de los golpistas, y, posteriormente, nadie asumiría la autocrítica. El resultado fue el caos en ese mundo sin salida de la derrota. Lo que explica la repetición sistemática de errores: la locura del guarimbeo; la patética conducta de los militares alzados en una plaza pública con dirigentes civiles y medios aupándolos; el terrorismo contra embajadas y consulados, y el colmo de la estupidez: la abstención en las elecciones de la Asamblea Nacional.

2– Semejante comportamiento, contrario a elementales principios políticos, contó con el concurso de todos los componentes de la oposición, tanto los racionales como los irracionales, los centrados y los descentrados, los ponderados y los energúmenos. En el desconcertante vacío que genera el desastre, nadie fue capaz de alertar por temor al veto letal de los aventureros. De quienes creían en la fragilidad orgánica del proceso bolivariano. De los que a diario despertaban convencidos con el cuento mediático de que Chávez estaba listo para el arrastre, sobrestimando su propia fuerza y subestimando la del adversario. Por eso que no debe extrañar el rumor que circula, apuntalado en claras evidencias, sobre la lucha interna en la oposición en torno a las vías. Consecuencia de la mezcla de desánimo con euforia; a la convicción en algunos de que es posible competir cívicamente y de otros que tienen la sensación de que habrá fraude, que el CNE no es imparcial y que Chávez, el dictador que ellos denuncian, no se calará una derrota. Si la oposición ha cometido infinidad de errores sin mostrar propósito de enmienda, ¿qué la haría actuar en este momento con sindéresis? Prácticamente nada. Por eso el signo ominoso de las próximas semanas. El cruce fatal, otra vez, de las dos vías. Con la diferencia que ahora la aventura golpista cuenta con menos apoyos, entre otros motivos porque sigue sin aprender lecciones. En cambio, que quien la enfrenta las aprendió, y parece estar consciente de lo que se juega.

José Vicente Rangel
Publicado en Últimas Noticias

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